2009-01-30

La última morada II

La primera parte de esta publicación trata sobre la historia de vida de Manuel, un panteonero, su trabajo dice que es el más tranquilo, aunque para muchos de nosotros no lo sea, el se siente a gusto haciendo su labor diaria.
Trata de un relato de vida de una familia pobre, sin mayor recursos económicos pero con mucha paz y felicidad en sus almas.

Entre desesperación, llantos, gritos, y muchas escenas de dolor, Manuel comienza a tapar la tumba con largas planchas de concreto, dos para ser exacto, y con un tarro lleno de cemento preparado, hace su trabajo. El momento es verdaderamente conmovedor y triste, la desesperación y angustia de los familiares comienza hacer mella en todo el público presente que dirigen su mirada hacia el lugar donde la familia da sus últimos gritos de tristeza. En ese instante un escalofrío recorre mi cuerpo, siento un frío muy intenso y me comienza a temblar las manos y los piernas, siento que las lágrimas quieren salir, cuando de pronto Manuel vuelve a acercarse donde yo estaba y exclama “Así es mi trabajo, triste, desesperante y por eso cierro las tumbas de manera rápida para no oír el lloro de las familias”8.

Cuando derrepente en forma espontánea Manuel dice: “pero eso no es todo ahí no acaba mi trabajo, espero que la familia se vaya para poner un florero prestado y unas cuantas rosas de las que ellos mismos traen para que la tumba no se vea descuidada.”9

Tras pasar unas dos horas Manuel vuelve al lugar donde hace poco enterró a la persona que llego en un ataúd, de manera muy tranquila se acerca, acomoda el césped y arregla los ramos de flores que ahí quedaron, pero Manuel se levanta y se va en dirección hacia las oficinas del lugar, abre una pequeña puerta, entra al interior de ese cuarto y se demora pocos minutos en volver a salir. Una vez afuera de ese cuarto, lleva una poma de color transparente y un viejo florero de metal, se dirige de nuevo hacia la tumba y coge unas cuantas flores, de manera paciente y cuidadosa comienza a arrancar los espinos, a deshojar los tallos de las flores y cuando está terminado, coloca el florero en la parte superior de la tumba y se aleja a paso lento.

“Ese trabajo es verdaderamente duro, yo no creo que fuera capaz de hacerlo, pero así es Manuel cuida las tumbas de manera muy especial con las que sólo una persona que tiene vocación de panteonero lo hiciera.”10

Manuel sigue haciendo sus labores y alrededor de las cuatro de la tarde, se vuelve a dirigir hacia ese pequeño cuarto, de donde salió con el florero y la poma de agua, se saca una gorra vieja, de color azul eléctrico, manchada, surcida y se sienta en la parte exterior de ese cuarto; de pronto se estira y alcanza una funda grande, de color negro, saca su almuerzo y como una persona que se siente a gusto en un buen restaurante saca su comida y comienza a comer. Mientras lo hace Manuel mira el cielo de manera repetitiva, como quien busca una estrella, y en una especie de rezo cierra los ojos, junta sus manos y las pone en la parte frontal de su pecho. En esa posición se queda por varios minutos y luego de esto se levanta, guarda la tarrina en la que estaba su almuerzo, pone la funda al interior del cuarto y se coloca la gorra. Cierra el pequeño sitio de descanso, de abastecimiento y vuelve a dirigirse al interior del cementerio. En el regreso a su trabajo se acerca a otra tumba, con apariencia de abandonada, sin buen aspecto, con flores marchitas y secas, pero Manuel con el mismo interés que demuestra por las otras tumbas del lugar, comienza arreglarla, se reclina y retira las flores en mal estado, con esas flores en la mano se va hasta la administración en donde le entregan un paquete pequeño de nuevas rosas y con estas vuelve a esta tumba, llena el florero de agua y coloca las rosas que le entregaron en forma ordenada, sin apuro, y buscando el mejor lugar para que estas no se marchiten. Una vez que encuentra el lugar preciso, en una de las esquinas, se arrodilla, con sus manos sucias y con huellas de su trabajo comienza arreglar el césped, a recoger pequeñas basuras y hojas secas que están ahí.

De pronto regresa a ver hacia atrás y de manera familiar se levanta y se acerca a una persona que viste de jean y camiseta amarilla, con zapatos deportivos y se apresura en darle la mano. Esta persona de manera atenta le palmotea la espalda a Manuel, saca algo de su bolsillo y le pone en el bolsillo del viejo overol azul. Manuel tras enseñarle los arreglos que hacía se despide de este particular sujeto y se marcha a seguir viendo quién más necesita de un cuidado.

Así con paso lento va por una de las calles asfaltadas del cementerio, comienza a recoger los desperdicios que encuentra: fundas de caramelos, palos de helados, de chupetes, envolturas de chocolate que va guardando en su bolsillo, para que el lugar siga con ese aspecto de asepsia, de limpieza, de paz y de respeto por las personas que ahí descansan, su última morada.

Son la cinco de la tarde, hora en la que la secretaria se despide de Manuel y se marcha hacia su casa. Manuel va a tomar un descanso en ese lugar, donde el comió y descanso por varios minutos después de la sobre mesa.

En esos momentos me vuelvo a acercar donde él, para conversar y que me cuente más de su experiencia en este día de trabajo. De manera tranquila, como cuando me acerque la primera vez, vuelvo a retomar el diálogo. Así me cuenta que este día no es tan agobiante como yo había pensado, “hay veces que entierro hasta cuatro personas y hoy sólo fue una”11.

Pero por este trabajo Manuel ha ganado doce dólares. Dice que en cada entierro los familiares le regalan cinco, diez o hasta veinte dólares por su ayuda prestada, en este día la familia del difunto de había dado diez, y dos dólares más le había dado el familiar de la tumba a las que él puso nuevas flores y le arreglo.

A pesar de lo triste de su trabajo, Manuel no pierde su sentido del humor y de la alegría que entre risas trata de terminar el día de labores. Alrededor de las seis Manuel se levanta, ingresa al cuarto y se cambia de ropa, se alista para salir en dirección a su casa e ir a disfrutar del cariño de su familia. Pero en forma sabia, no por su educación sino por sus años, Manuel exclama; El cementerio no es miedoso ni peligroso, es un lugar de paz que ojalá todos pudiéramos respetar.

8 Manuel Córdova panteonero del campo santo
9 Manuel Córdova panteonero del campo santo
10Carmen Velásquez, secretaria del lugar.
11 Manuel Córdova panteonero del campo santo

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