2009-01-21

LA ÚLTIMA MORADA


El cementerio es lugar de descanso de los muertitos, de cuerpos de distintas edades, distintas clases sociales, distinta cultura y distinto sexos y sitio de trabajo para algunas personas sencillas y pobres. Se percibe un ambiente de tranquilidad, sin ruido, sin basura, con demasiados cuidados pero con una fuerte carga de sentimentalismo, es donde la gente va a visitar a sus seres queridos llevándoles flores, recuerdos, escritos, lágrimas, penas y tristezas.

En el cementerio los recuerdos afloran el pensamiento de las personas que ahí pasan minutos, horas o incluso días, pero también es el lugar de trabajo de algunas personas como por ejemplo: un administrador, dos secretarias, un asistente, un encargado del registro civil y tres panteoneros.

Parque de los Recuerdos es uno de los cementerios más conocidos de Quito, está al norte de la ciudad en medio de un sector industrial, de concesionarios automotrices y de almacenes de comercio; está en la avenida 10 de Agosto y de los laureles, dónde el tráfico es muy fuerte, con abundancia de buses, camiones y automóviles pequeños, que por su transitar generan demasiado ruido, contaminación abundante y abusos por parte de los conductores que entre insultos, gritos y desmanes interrumpen el silencio del lugar.

Así pasan los días, los años y Parque de los Recuerdos mantiene abierta las puertas de acceso a sus instalaciones, esperando a nuevos muertos, a visitantes o a sus trabajadores. Su estructura colonial se refleja en la infraestructura del lugar, su cerramiento hecho de ladrillo y con pequeños arcos adornados con figuras de hierro, sirven para dividir este espacio de paz con la vía pública. En el interior descansan alrededor de unas 100.000 personas entre tumbas familiares, individuales o de parejas. “Tienen sus secciones divididas por pequeñas calles de asfalto para que los visitantes puedan movilizarse sin tener que violentar las zonas verdes del campo santo.”1

Según César Cantos, administrador del lugar, las necesidades del cementerio son muchas. Aquí el presupuesto gubernamental no existe y todos los arreglos y remodelaciones se debe hacer con gestión interna; cobros de tasas extras, mensualidades por cuidado de los jardines, elaboraciones de floreros y hasta cuotas por uso de parqueaderos.

Los distintos asuntos laborales copan el tiempo de los trabajadores del lugar quienes dicen estar acostumbrados a desempeñar sus labores en el cementerio. “Este trabajo es muy tranquilo, la verdad cuando recién vine a trabajar tenía mucho miedo, pero hoy ya estoy acostumbrada y aunque el ambiente es bastante penoso por las reacciones de las personas que hasta aquí vienen, esto yo no lo dejaría por otro trabajo.”2

Las secretarias del lugar con uniforme café oscuro laboran desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde en turnos rotativos. Detrás de una pequeña construcción de color blanco, con paredes manchadas y en mal estado por el pasar del tiempo. Ahí tienen sus escritorios de madera vieja, despintada, con el tablero en mal estado, rayada y con huellas del uso continuo. Las sillas de hierro son de color negro, con el tapiz viejo y maltratado pero aún así, trabajan queriendo brindar un buen servicio, atender los requerimientos de los usuarios, y hasta tienen tiempo para una que otra carcajada. Por otro lado, el administrador, con traje y corbata de color negro trabaja de diez a cuatro en una cómoda oficina, con paredes bien pintadas, cuadros, un fax, un teléfono individual negro, un escritorio nuevo de color gris y una silla ergonómica con el criterio de jefe; pero no del gritón, del explotador, del gruñón, sino como uno más que está presto para ayudar, pero que a la hora de tomar decisiones no duda ni le tiembla la mano para sancionar o felicitar según sea el caso.

En el interior del lugar hay distintos personajes, pero quizás el más recordado por los quiteños es el famoso Don Evaristo, una figura no sólo de las personas que habitan en la Capital, sino una imagen representativa de esta. “Su tumba es una de las más visitadas, talvez porque es el chulla capitalino o porque todos los adultos crecimos con su imagen. Hay personas que cuando se enteran que está enterrado aquí aunque sea por curiosidad van a visitar su tumbita.”3

Sus restos descansan en el patio número dos del Cementerio, está cerca del acceso principal. Cuenta con tres floreros hechos de hierro fundido y revestidos de cerámica, en ellos hay flores de distinto color: rojas, amarillas y blancas, son las que en mayor cantidad están presentes. “Según el color del florero acomodamos las rosas para que se vean más bonitas”4. Unas son grandes, bien florecidas, con largos tallos, otras son más cortas con menos pétalos y más pequeñas.

El césped bien cuidado, cortado y de un intenso color verde da realce a una vieja lápida de color blanco, con letras de color café. Mide unos ochenta centímetros por un metro aproximadamente y en ella una leyenda marcada “El chulla quiteño, guapo conquistador de hermosas muchachas”5.


La tumba de Don Evaristo tiene una particularidad muy llamativa, tras una gran bienvenida llena de flores, floreros limpios y llenos de agua, con la lápida limpia y en buen estado, tiene dibujado por uno de los panteoneros la bandera de Quito, mide unos diez centímetros aproximadamente y debajo una leyenda ¡Viva Quito! por esta razón es considerado el personaje más famoso del campo santo.


A las 10:13 un hombre de pequeña estatura, piel trigueña y pelo corto se acerca a la tumba del Chulla Quiteño con un overol azul, botas negras, una espátula en su bolsillo posterior y una franela colgada al lado izquierdo de su cintura, revisa que todo esté listo, pero bajo un ardiente sol, se reclina frente a la tumba y saca su franela, dobla por la mitad y limpia para quitarle el poco polvo que pudiera haber estado. Luego de quedarse por varios minutos viendo el descanso de Don Evaristo se levanta, sacude su franela y se limpia el sudor de la frente. A paso lento, como que fuera reflexionando se marcha a ver que otras tumbas cercanas a la del Chulla, estén bien atendidas.


“Este es mi trabajo, yo no tengo miedo a los muertos, ellos no hacen nada son muy tranquilos y hasta me visitan como amigos, acompañándome a lo largo de mi trabajo.”6.


Manuel Córdova es el panteonero principal del lugar, tiene 48 años, es casado y con tres hijos. Trabaja más de 25 años enterrando a los muertos que llegan hasta este lugar. Su horario de trabajo es desde las seis de la mañana hasta las ocho o nueve de la noche. Su piel quemada y con manchas por el sol radiante de la capital que le acompaña día a día en su trabajo ven a cientos de personas que visitan el campo santo. Sus manos carrasposas, con uñas sucias y llenas de tierra y algunas cicatrices, son las que cuidan que las flores tengan agua y estén en buen estado. Manuel gracias a su trabajo lleva el pan al calor de su hogar, los fallecidos son el subsidio que le permite sobrevivir y mantener a su familia. “Yo hago de todo incluso me ha tocado vestir a las personas que se han muerto, porque sus familiares no han querido hacerlo.”7


Vive cerca del cementerio y tiene historias que jamás olvidará y que acompañan sus recuerdos, algunos desde su niñez. Manuel es una persona que asegura no tener miedo a la muerte, porque día a día ve estos casos y asegura que su trabajo es uno de los más tranquilos ya que los muertitos no hacen nada. Cuando son las 13:12 se pone en apuros, una de las secretaria de manera apresurada llama a Manuel, él a paso muy rápido, casi trotando, se va en dirección a las oficinas de administración, cuando a lo lejos se puede observar una carrosa y mucha gente a su alrededor. Es un fallecido que acaba de llegar al cementerio, Manuel de manera apresurada ayuda a los familiares a dirigir los últimos instantes el cuerpo de esa persona, que hasta unas horas atrás estaba con vida y sobre la faz de la tierra. Una vez que llegan al lugar indicado, en el cuál el cuerpo va a ser enterrado, Manuel baja al interior del nicho y comienza a dirigir el ataúd hasta el fondo de la misma.


1 Ingeniero César Cantos, administrador del cementerio.
2 Carmen Velásquez, secretaria del lugar. Tiene 43 años, casada y con tres hijos.
3 Mariana Sarmiento auxiliar de administración

4 Juan Paredes jardinero del cementerio

5 Leyenda ubicada en la parte inferior de la lápida de Don Evaristo

6 Manuel Córdova panteonero del campo santo

7 Manuel Córdova panteonero del campo santo


Pie de foto: Banco de imagenes



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